viernes, 25 de julio de 2014

Jasenovac, el holocausto en la II Guerra Mundial no sólo fue judío.

Estos días se ha vuelto a hablar del holocausto judío de la segunda guerra mundial, coincidiendo con los ataques de Israel a la franja de Gaza. Es un tema recurrente, una comparación ya muy manida. Desde el estado hebreo se utiliza el victimismo del holocausto para la justificación de que todo vale para mantener al pueblo elegido de Israel en la tierra prometida rodeada de enemigos. Para quienes critican las acciones del ejército judío, se utiliza el holocausto de forma comparativa entre lo que les hicieron a los judíos y lo que ellos están haciendo ahora.

Sin embargo, es importante señalar que si bien los judíos fueron señalados como raza a exterminar por los nazis y sus acólitos, no sólo ellos sufrieron el llamado holocausto de los campos de concentración nazis. La denominada subraza eslava, infrahumanos para los nazis, eran asesinados por comandos nazis sin deportaciones, en la propia Ucrania y Rusia ocupadas.

Y no sólo en Europa se realizaron estas matanzas indiscriminadas. Japón en China realizó verdaderas masacres como la de Nanking, donde se barajan cifras de entre 100.000 y 250.000 muertos en apenas tres meses. En esta carnicería donde los chinos eran considerados cerdos, se premiaba a los soldados que eran capaces de matar a más de 100 personas en un día con sus katanas.

Pero volviendo a Europa, si hubo una masacre realmente brutal, esa fue la que cometieron los ustachá, los fascistas croatas, en el campo de Jasenovac. Allí murieron cerca de 35.000 judíos, un número muy elevado, pero que no se acerca ni por asomo a los más de 600.000 serbios asesinados en ese campo. También hay que señalar que a partir de 1942 los judíos eran enviados a Auschwitz por lo que no morían en ese campo.

Y los métodos que se utilizaron en Jasenovac eran especialmente brutales. Es cierto que en Mauthausen se hicieron barbaridades como desangrar hasta la muerte a prisioneros para obtener sangre para los heridos alemanes del frente oriental, o las burradas contra las mujeres en el campo de Buchenwald donde se hacían lámparas con la piel tatuada de prisioneras asesinadas, pero lo de Jasenovac no se quedó atrás. La tasa de supervivencia en Jasenovac era inferior a otros campos más famosos como Auschwitz o Treblinka.

Ahí apareció el srbosjet, o cortaserbios, una especie de muñequera de cuero con un cuchillo corto. Se agarraba a la víctima de la frente y se degollaba al prisionero en un movimiento rápido. En verano de 1942 se deportaron al campo 10.000 campesinos serbios. Se organizó un concurso para ver quien era capaz de asesinar a más prisioneros. El premio: un reloj de oro y un cerdo asado. El ganador: un tal Petar Brzica. Su record: 1.360 serbios asesinados en un día.

Adjunto aquí un testimonio de aquella matanza, especialmente estremecedor:

El Franciscano Pero Brzica, Ante Zrinusic, Sipka y yo apostamos para ver quién mataría más prisioneros en una noche. La matanza comenzó y después de una hora yo maté a muchos más que ellos. Me sentía en el séptimo cielo. Nunca había sentido tal éxtasis en mi vida, después de un par de horas había logrado matar a 1.100 personas mientras los otros pudieron matar entre 300 y 400 cada uno. Y después, cuando estaba experimentando mi más grandioso éxtasis, noté a un viejo campesino parado mirándome con tranquilidad mientras mataba a mis víctimas y a ellos mientras morían con el más grande dolor. Esa mirada me impactó en medio de mi más grandioso éxtasis y de pronto me congelé y por un tiempo no me pude mover. Después me acerqué a él y descubrí que era del pueblo de Klepci cerca de Capljina y que su familia había sido asesinada y enviado a Jasenovac después de haber trabajado en el bosque. Me hablaba con una incomprensible paz que me afectaba más que los desgarradores gritos a mi alrededor. De pronto sentí la necesidad de destruir su paz mediante la tortura y así mediante su sufrimiento poder yo restaurar mi estado de éxtasis para poder continuar con el placer de infligir dolor.
Lo apunté y lo hice sentar conmigo en un tronco. Le ordené gritar: ‘¡Viva poglavnik [caudillo] Pavelic!’, o te corto una oreja. Vukasin no habló. Le arranqué una oreja. No dijo una palabra. Le dije otra vez que gritara ‘¡Viva Pavelic!’ o te arranco la otra oreja. Le arranqué la otra oreja. Grita: ‘¡Viva Pavelic!’, o te arranco tu nariz y cuando le ordené por cuarta vez gritar ‘¡Viva Pavelic!’ y lo amenacé con arrancarle el corazón con mi cuchillo, me miró y en su dolor y agonía me dijo: ‘¡Haga su trabajo, criatura!’ Esas palabras me confundieron, me congeló, y le arranqué los ojos, le arranqué el corazón, le corté la garganta de oreja a oreja y lo tiré al pozo. Pero algo se rompió dentro de mí y no pude matar más durante toda esa noche.
El franciscano Pero Brzica me ganó la apuesta porque había matado a 1.360 prisioneros y yo pagué sin decir una palabra.
Mile Friganovic

El asesino Petar Brzika escapó a Estados Unidos, donde al parecer en 1970 se le perdió la pista... ¿Nadie le detuvo antes de esa fecha cuando al parecer sí se seguía su pista?

A los serbios se les asesinaba cortándoles la cabeza con sierras, a mazazos con pesados martillos. Se les arrojaba atados vivos al río Sava, se les quemaba vivos en los hornos crematorios o en grandes hogueras, o arrojados en piletas de cal viva. La brutalidad no tuvo límites. Los métodos más tecnológicos de las cámaras de gas apenas funcionaron en el campo croata.

Pero lo peor de estos campos de concentración no era lo que pasaba en ellos, sino la permisividad de la población.

Lo que ocurría era conocido por la población alemana, croata o de otros países donde se establecieron esos campos. Los prisioneros salían de los campos y eran utilizados como mano de obra esclava. La población lo justificaba porque su juventud, la juventud alemana y de los países del eje, estaba luchando y muriendo en el frente del este. Se conocía la existencia de esos prisioneros, pero se evitaba hacer preguntas. ¿Qué pasaba con los que se rechazaban en las fábricas? No hacía falta ser muy listo para saber que esa mano de obra repudiada no volvía a los campos para ser mantenida allí sin más, y más aún cuando la población civil alemana pasaba penurias.

El considerar a los prisionero infrahumanos, subrazas, el creer que sustituían a trabajadores alemanes y de otros países que estaban luchando en los diversos frentes de guerra y el pensar que a los prisioneros alemanes se les trataría igual hacía que la población mirara hacia otro lado. ¿Es diferente lo que está pasando ahora en Gaza? Volvemos a la comparación. Vemos las fotos de los soldados hebreos llorando la muerte de un compañero en un conflicto que ha estallado por la muerte de tres jóvenes en manos de radicales, y la consecuencia es que los niños israelíes firman las bombas que se arrojarán sobre Gaza.

Y al final de la guerra, llegó la venganza. Decenas de miles de militares fascistas italianos y croatas fueron asesinados arrojándolos vivos a miles de simas en la zona del Carso, en la frontera entre Yugoslavia e Italia, en la conocida como masacre de las foibe (foibe significa sima). ¿Acaso no se repite esta venganza en Israel en cuanto los palestinos tienen ocasión? Quien siembra vientos recoge tempestades.

Como en aquella ocasión, decenas de inocentes están siendo asesinados, la población mira hacia otro lado, una minoría ruidosa jalea la matanza, y las víctimas en cuanto tienen ocasión, se vengan. Y cuando el odio es el que justifica la carnicería, el sadismo y la crueldad no tienen límites.

Repetimos la historia.

Por último. El responsable de aquellas matanzas en Jasenovac, el líder ustachá Ante Pavelic, ¿sabéis donde murió? En un país que le dio asilo e impidió que se le juzgara por sus crímenes. En Madrid en 1959. Se escapó de Croacia a Austria y de allí llegó a Roma, donde la Iglesia Católica le ayudó a llegar a Argentina y cuando en 1957 este país iba a extraditarlo encontró refugio en España. Es de señalar que el régimen ustachá era aparte de fascista, ultracatólico.

Toda la brutalidad de este y otros campos queda recogida en la novela "El pacto con la muerte de Emil Kosztka" al que se accede pinchando aquí

Si quieres conocer más sobre mí, puedes leer mis novelas, (puedes informarte aquí) de estilo variado, desde el humor de "Por un puñado de polvos" hasta el género fantástico de "La muerte de Adam", pasando por la novela policíaca de  "Crimen perfecto" o "El sueño español, sí se puede", sobre la corrupción en España, recientemente publicada. En junio publiqué, "El final de la cuenta atrás" sobre la posibilidad de un ataque nuclear sobre Nueva York. Y mi última novela, "El pacto con la muerte de Emil Kosztka", un recorrido por la II guerra mundial desde los ojos de un profesor de matemáticas judío.

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